jueves, 7 de julio de 2016

Gloria a los héroes

En menos de un mes dará comienzo el acontecimiento deportivo por antonomasia, los Juegos Olímpicos. Una cita en la que cada cuatro años confluyen muchas disciplinas deportivas, y que constituye un ejemplo de convivencia y disfrute entre seres humanos venidos desde distintos lugares. Un acontecimiento deportivo donde se impone la famosa máxima de "lo importante es participar" y el hecho de estar allí ya es un premio. Bueno, todo eso es la teoría, la realidad es bien distinta. La realidad viene marcada por una enfermedad que tenemos incubada desde hace mucho tiempo y para la que aún no se ha encontrado un remedio: La  medallitis.
Joel González en plena acción
Esta enfermedad la sufren millones de españoles, muchos de ellos no saben ni siquiera que la tienen. Los síntomas aparecen cada cuatro años, coincidiendo con la disputa de las Olimpiadas, y pueden llevar al enfermo a paralizarse frente al televisor a horas intempestivas para contemplar disciplinas deportivas cuya existencia desconocía apenas unas semanas antes. En lugar de picores, sarpullidos, estornudos o fiebre, esta enfermedad se manifiesta a través del bádminton, aguas bravas, esgrima o tiro con arco. Pero todas sus manifestaciones tienen algo en común: un compatriota con opciones de subir al pódium en su disciplina, sea la que sea. En septiembre de 1988, durante las Olimpiadas de Seúl, descubrí un deporte maravilloso que, años después, durante mi etapa universitaria tuve ocasión de practicar: el taekwondo. En el verano de 2012, y a pesar de no practicar ya este deporte, no me perdí ni uno solo de los combates que retransmitió Teledeporte. Durante uno de ellos, pude escuchar en primera persona algún síntoma de la medallitis de la que hablo, pues las ventanas abiertas para combatir el calor permitían que entrasen gritos de ánimo por parte de algunos vecinos emocionados que estaban siguiendo en directo el combate de Joel González por la medalla de oro que finalmente consiguió.
Me alegré de que este evento despertase interés en mi comunidad de vecinos, y me pregunté cuantos de ellos habrían visto los combates previos hasta llegar a la final, cuantos sabrían un mes antes quién era Joel González, cuantos conocerían su impresionante curriculum deportivo. El próximo 22 de agosto, cuando todo haya terminado y la Olimpiada de Río de Janeiro sea historia, algunos deportistas españoles llegarán al aeropuerto de Barajas o de El Prat con una presea colgada del cuello, serán recibidos entre flashes, micrófonos y aplausos, como le ocurrió a Joel hace cuatro años. Otros, la mayoría, llegarán de forma anónima, esperarán en la cinta de equipajes para recoger su maleta y pedirán un taxi que les lleve a casa. Estos últimos también habrán entrenado de manera espartana, habrán renunciado a muchos privilegios, habrán dejado de pasar mucho tiempo con sus familias, habrán renunciado a muchas horas de sueño, habrán hecho auténticos equilibrios para compatibilizar su pasión deportiva que, en muchos casos, no les permite vivir, con un trabajo remunerado que les permita llegar a fin de mes, seguir entrenando duro para, si hay suerte, dentro de cuatro años, volver por el "lado bueno" del aeropuerto. Dicen que del segundo no se acuerda nadie, incluso mi admirado Cholo Simeone lo dijo tras caer en Milán; no estoy de acuerdo en absoluto, no es más que una forma más de instrumentalizar el deporte como ocurre en otros aspectos de la vida, éxito a cualquier precio, éxito por encima de todo, éxito sin importar la forma, el método o las sustancias para alcanzarlo. No se trata de hacer apología de la derrota ni muchísimo menos, pero valga un ejemplo:
Reyes sin corona
En los mundiales de fútbol de 1974 y 1978, las selecciones anfitrionas, Alemania y Argentina, levantaron el preciado trofeo, pero cuarenta años después, todos recordamos a la "Naranja Mecánica", la Holanda de Cruyff, Neeskens o Ruud Krol, ¿acaso hay una victoria mayor que esa? A veces la meta nos impide disfrutar del recorrido, una carrera deportiva es mucho más que cruzar una línea de meta, levantar un trofeo o colgarte una medalla, es una forma de entender la vida, es una filosofía, es una manera de afrontar la existencia. Si sólo pensamos en términos finalistas, corremos el riesgo de que el fin justifique los medios, y los medios ya sabemos que a veces no son ni los más limpios ni los más lícitos. El próximo 22 de agosto, cuando todo haya terminado, independientemente de si llevan medallas colgadas al cuello o no, independientemente de si les habéis visto llorar de emoción en lo más alto del pódium mientras suena el himno nacional o si les habéis visto caer a las primeras de cambio, otorgadles a todos los que nos representarán en Río de Janeiro el mejor de los premios. Cuando llegue el día 22 de agosto, no les olvidéis.

Nos vemos corriendo.

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